Sería genial empezar este post diciendo que sigo en la cresta de la ola, como decía Ruth (una compi que he conocido a través de las redes), pero como bien ella me hizo pensar, hay que prepararse para la bajada.
Y aunque era lógico que llegase, la ola me ha sumergido, me cuesta salir y me falta el oxígeno. Estaba viviendo un momento muy intenso, trabajando mucho personalmente, también en el blog y la formación y además compensando mucho con los niños, especialmente desde la vuelta al cole. Estaba a tope.
Pero mi propia sombra seguía al acecho y hace unos días se ha manifestado de una forma muy desagradable. Una que no podía llegar a imaginar. Me abruma. Es un pensamiento obsesivo. Porque no puedo entender cómo funciona así nuestra mente en un momento de ira.
Irónico es que la ira sea precisamente el tema que estoy trabajando en la formación. Y que la sombra de la maternidad sea el tema sobre el que estoy leyendo y me haya pasado esto.
Es que los hijos siguen creciendo mientras nosotros estamos encasillados intentando aprender a solventar nuestros propios problemas o esforzándonos por cambiar aquello que no nos gusta.
Y a veces no llegamos a tiempo. La ira se desata con furia y ya no queda más remedio que reparar y buscar el origen del dolor.
No he tardado mucho en encontrarlo, porque se ha manifestado de forma literal a través de uno de mis hijos pero ahora necesito encontrar cómo y porqué ha llegado hasta mi hijo.
He pedido ayuda para empezar a tirar del hilo, pero inevitablemente estoy sintiendo muchas cosas a la vez en este momento: perplejidad, culpa, miedo, frustración, incredulidad y abatimiento.
Como a menudo me pasa en los momentos críticos, me pongo en modo tortuga, dentro de mi caparazón hasta que pueda solventarlo.
Hay momentos difíciles. Sé que este también pasará pero me preocupa la huella que pueda dejar. Hay cosas que no se olvidan, aunque hayan pasado más de 20 años.
Por suerte, mi otro hijo me está guiando también en el camino. Me dice que entiende que me vaya para tranquilizarme en los momentos críticos. Aún queda mucho por hacer. Encontrar el equilibrio de nuestras emociones, las de mi hijo y las mías.
Al final, si uno no pone freno, la vida le obliga a parar para reflexionar.
¡Cómo remueve todo la maternidad! Está claro que me queda mucho por hacer y por aprender.
Vanessa Ojeda
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