En estas últimas semanas, hablando con diferentes personas, ha surgido el tema de las emociones. Hoy no os voy a contar nada que no sepáis, pero os invito a reflexionar un poco. Ya sabéis que me gusta profundizar en las cosas.
Partimos de la base que vivimos inmersos en una etapa en la que se le quiere dar una vuelta al modelo educativo escolar. Ya da que pensar el hecho de que es el nuestro un país en el que el porcentaje de fracaso escolar es elevado, donde priman los logros académicos y donde se han sucedido muchos cambios políticos en la enseñanza. Pero la realidad es que tenemos estudiantes que abandonan los estudios, desmotivados, que se esfuerzan poco y pronto dejan de intentarlo, amparados también por una situación laboral precaria.
Además contamos con maestros muy apesadumbrados por todo aquello a lo que deben enfrentarse en las aulas: conflictos, conductas inadecuadas, frustraciones, falta de interés por parte de las familias,…
Por otra parte, hace ya bastantes años, surgió una corriente que empieza a luchar por dar importancia a las emociones. Se cuela en el mundo empresarial, y en los departamentos de recursos humanos en forma de inteligencia emocional. Y de ahí da el salto hasta los adultos y después los niños.
Si profundizamos un poco, recordaremos que tenemos un cerebro racional y un cerebro emocional. Durante años se ha ensalzado el uso del cerebro racional. Se ha alabado la fuerza, el poder, los conocimientos. Hemos vivido en un entorno machista, donde la razón dominaba el corazón. Y eso ha sido así y aún en muchos aspectos lo sigue siendo. Por ello hemos recibido una educación basada en esos valores, donde las emociones debían ser reprimidas.
¿Cuántas de estas frases no habéis oído u os han dicho alguna vez?
“Estudia, hay que sacar mejores notas, es tu obligación, no tendrás trabajo; no llores, sé fuerte, estás feo cuando lloras, ¿por qué lloras?, no es para tanto, los niños/hombres no lloran,…
Así acabamos autodefiniéndonos como: sensibles, llorones, débiles.
¿Qué acaba pasando con nuestras emociones? En lo que respecta a nosotros, a medida que crecemos y nuestro cerebro se acaba de desarrollar, las empezamos a controlar, pero como en muchos casos hemos recibido una educación restrictiva, tendemos a reprimirlas y tanto es así que al ser madres aún las reprimimos más por eso de que los niños no nos vean llorar (claro, que no nos vean ser humanos y sentir tristeza,…) y poco a poco estamos tentados a dejarlas en un rincón, olvidadas, tapadas, camufladas mientras centramos nuestra atención en otras cosas.
Y luego nos sorprendemos cuando sentimos rabia, tenemos ansiedad, vivimos momentos explosivos o padecemos cualquier otro tipo de dolencia. Nuestro cuerpo nos avisa y a veces lo desoímos.
¿Qué les ocurre a los adultos? Basta mirar a nuestro alrededor, ver las noticias. Detrás de cada suceso, de cada historia, hay una emoción en estado puro.
Y, ¿qué hacemos con nuestros hijos?
Seguimos actuando así con ellos porque, no solo nosotros, sino la sociedad que nos rodea, sigue dejando de lado la educación emocional.
Si en la familia, en los centros educativos y en la sociedad en general trabajásemos más las emociones probablemente todo sería muy diferente.
Acaso la emoción más primaria, el amor, ¿no es la que nos mueve todos los días?
Vanessa Ojeda
[…] poquito abrí este tema, de hecho hace dos semanas publiqué (¿Dónde están nuestras emociones?) y, la verdad, me quedé con ganas de más, de seguir abriéndome y contándoos un poquito más de […]